¡Trinidad! Fundada por el español Diego Velázque en 1514 fue nuestra siguiente parada tras Cienfuegos. Llegamos en un viazul (que cubría la línea Viñales-Trinidad) a las 16.15 a esta ciudad colonial, una de las más bonitas y emblemáticas de toda Latinoamérica, pues es considerada por muchos un verdadero museo al aire libre. Situada al sur de la provincia de Sancti Spíritus, es un básico indiscutible a la hora de visitar la isla y conviene pasar más de un día en ella, sobretodo por las actividades cercanas que ofrece. Es posible desde perderte en los cercanos montes de Escambray y disfrutar su fauna única hasta descansar en playas increíbles muy cerquita de la ciudad, todo ello sin olvidar su ajetreada vida nocturna. Música, espectáculos en directo y cócteles varios amenizan las noches en este asentamiento colonial español, perfectamente conservado hasta el día de hoy. No fue hasta 1988 cuando fue declarada Patrimonio Mundial de la Unesco junto al Valle de los Ingenios y se comenzó a explotar su perfil más turístico. Sin embargo, la ciudad no ha perdido su encanto, su tranquilidad y calma (excesiva en algunos casos), esos vendedores ambulantes de bananas, pan o mangos que siguen gritándolo a los cuatro vientos, esa sensación de pueblo y ese aire sureño que se respira y se escucha gracias a músicos espontáneos.
Retomando el tema de nuestra llegada, el autobús tuvo sus problemas para acceder a la estación situada en plena ciudad debido a sus calles empinadas y estrechas. Un 10 para el conductor que no sé cómo no se comió a más de uno durante la subida. Me pareció curioso la cantidad de personas que se paraban a ver como el autobús llegaba y no os digo nada de los que te esperaban al bajar del bus. Trinidad, debido a la afluencia de turismo, es una de las ciudades con más jineteros de Cuba (jineteros tenía al principio una connotación más sexual pero a día de hoy es aquella persona que asedia a los turistas y les propone intercambio de favores, productos, servicios (ilegales en su mayoría), etc etc a cambio de dinero y en muchas ocasiones cercano al timo). Los gritos de las bicitaxis, se confundían con los que ofrecían casa, con los que te ofrecían restaurantes, visitas a la ciudad guiadas… una locura! Ahí me agobie un poco la verdad pero vamos, dos minutos escasos para coger aire y lanzarme a encontrar la mejor oferta para dos bicitaxis. En breve estábamos ya montados, con nuestras maletas atadas a la parte trasera rumbo a “Casa Elio”, nuestro próximo alojamiento durante los siguientes 3 días. Eso sí con los dedos cruzados para no perderlas en alguna de las calles adoquinadas por las que pasamos. Casa Elio está muy bien situada, muy cerca del casco antiguo pero sin el bullicio típico de las plazas y restaurantes del centro plagados de turistas. En apenas tres minutos andando teníamos el hotel Iberostar (una referencia importante en la ciudad). Nada más llegar Elio nos estaba esperando con un zumo de mango recién hecho. Otra cosa no, pero volví vitaminada de Cuba. El tiempo pintaba muy feo, se veían rayos y en apenas 10 minutos después de llegar comenzó a llover. Sin embargo tan pronto como empezó la lluvia terminó. Estábamos en época de monzones y éstas lluvias rápidas y fuertes sucedían al menos una vez cada dos días, normal dado el calor que había. Aprovechamos ese ratito para hablar con Elio y su hermana de la ciudad, de cómo organizarnos y de cómo era la vida en Trinidad. Teníamos cuatro días en la ciudad y muchas cosas por hacer. Dos de esos días los destinamos a visitas fuera de la ciudad: Parque Nacional del Nicho y otro día a vaguear, reponer fuerzas y ponernos morenos en Playa Ancón, la mejor playa de la costa sur. Estas dos excursiones las podréis leer con más calma y detalle en los siguientes links: Playa Ancón y Parque Natural El Nicho.
En cuanto a las visitas propias de la ciudad, cabe destacar que Trinidad es muy pequeña, pero gracias a los numerosos restaurantes, grupos de música variados tanto en locales preparados para ello como los espontáneos que improvisan en las diferentes plazas o esquinas, los espectáculos callejeros y sobretodo la gente con la que te encuentres y te pares a conversar, la ciudad te puede mostrar diferentes caras. La primera tarde, en cuanto la lluvia escampó nos pusimos rumbo al centro. Lo primero que nos encontramos en apenas tres minutos fue el Parque Cespedes o Plaza Carrillo, el punto de reunión favorito de toda la ciudad. Siempre está lleno de gente sea la hora que sea, bien jugando al dominó o conversando a primeras horas del día y más gente joven al caer la tarde. Sobretodo se concentran en el cruce de las calles San Procopio y Jesús María, entre otros motivos porque se encuentra enfrente de la sede de Etecsa y se coge internet wifi con facilidad. Muchos conocen este punto como la "Esquina Caliente" donde es fácil encontrar gente conversando bien entre ellos o con vídeoconferencias con familiares en el extranjero así como gente con los portátiles viendo partidos de fútbol.
En cuanto a las visitas propias de la ciudad, cabe destacar que Trinidad es muy pequeña, pero gracias a los numerosos restaurantes, grupos de música variados tanto en locales preparados para ello como los espontáneos que improvisan en las diferentes plazas o esquinas, los espectáculos callejeros y sobretodo la gente con la que te encuentres y te pares a conversar, la ciudad te puede mostrar diferentes caras. La primera tarde, en cuanto la lluvia escampó nos pusimos rumbo al centro. Lo primero que nos encontramos en apenas tres minutos fue el Parque Cespedes o Plaza Carrillo, el punto de reunión favorito de toda la ciudad. Siempre está lleno de gente sea la hora que sea, bien jugando al dominó o conversando a primeras horas del día y más gente joven al caer la tarde. Sobretodo se concentran en el cruce de las calles San Procopio y Jesús María, entre otros motivos porque se encuentra enfrente de la sede de Etecsa y se coge internet wifi con facilidad. Muchos conocen este punto como la "Esquina Caliente" donde es fácil encontrar gente conversando bien entre ellos o con vídeoconferencias con familiares en el extranjero así como gente con los portátiles viendo partidos de fútbol.
Enfrente de este parque se encuentra el hotel Iberostar, punto de referencia en la ciudad como os he comentado anteriormente. Siguiendo la calle donde está situado (calle José Martí) llegamos al cruce con Simón Bolívar/Desengaño y giramos a la derecha. Esa calle empinada y sin asfaltar nos llevaba directamente a la Plaza Mayor, centro neurálgico del casco antiguo, que fue inaugurada en 1857. En torno a ella enormes mansiones nos recuerdan los orígenes de la ciudad, que se fundó gracias a las fortunas conseguidas por las familias de las industrias azucareras instaladas en la zona conocida como Valle de los Ingenios. Se trata de una plaza muy sencilla y humilde rodeada de magníficos edificios como el Museo Histórico Municipal, la iglesia de la Santísima Trinidad, el Museo Romántico y el Museo de Arquitectura Trinitaria.
Se me olvidaban las escalinatas, que están junto a la iglesia. ¿Cómo es posible? En lo alto de ellas se sitúa la Casa de la Música lo que hace que al caer la noche la plaza se transforme en un punto de reunión tanto para los lugareños como para los turistas. Es el sitio perfecto para beberse unos buenos mojitos, escuchar orquestas en vivo y respirar el verdadero ambiente cubano. Sin duda uno de los lugares más especiales de la ciudad. Nosotros nos acercábamos todas las noches pues cada día habían grupos de música distintos: jazz, son cubano, salsa…., probamos los mojitos, los daikiris y las piñas coladas y fue sin duda el sitio perfecto para mitigar el calor de aquellas noches de agosto.
Aquella primera noche cenamos en un pequeño restaurante precisamente en la calle de subida a la iglesa (Simón Bolívar/Desengaño) ya muy cerca de la plaza llamado Conde Becquer. Esta vez me decidí por la Tablet de gambas y arroz moro, todo un clásico. El restaurante era pequeñito, contaba con menú a un buen precio y a pesar de no tener aire acondicionado (como muchos en Cuba) tenía unos enormes ventanales de cara a la calle que compensaban, además te enterabas del ir y venir, de conversaciones de la gente y en definitiva de la vida y la rutina de la ciudad.
Aquella primera noche cenamos en un pequeño restaurante precisamente en la calle de subida a la iglesa (Simón Bolívar/Desengaño) ya muy cerca de la plaza llamado Conde Becquer. Esta vez me decidí por la Tablet de gambas y arroz moro, todo un clásico. El restaurante era pequeñito, contaba con menú a un buen precio y a pesar de no tener aire acondicionado (como muchos en Cuba) tenía unos enormes ventanales de cara a la calle que compensaban, además te enterabas del ir y venir, de conversaciones de la gente y en definitiva de la vida y la rutina de la ciudad.
El segundo día tras volver del parque natural, ducharnos y descansar un poco volvimos de nuevo a lanzarnos a las calles de Trinidad. Esta vez queríamos algo tranquilo tras el agotador día en el parque, así que lo dedicamos a callejear y comprar regalitos. Trinidad cuenta con numerosas tiendas de souvenirs así como de artesanía y prueba de ello son los numerosos mercadillos al aire libre que te vas encontrando. Fuimos de acá para allá y en particular me gustó uno situado en la calle Jesús Menéndez donde podías encontrar de todo pero en particular collares, pulseras y bolsos y cinturones de piel hechos por ellos mismos. Les compramos varios collares y pulseras a un puesto donde se encontraban una madre y una hija. Me sorprendió que en cuanto entablamos conversación con ellas, me dijeran que les encantaba mi ropa y que si se la podía dejar cuando me marchase. No me habían hablado de esto y tras mi viaje descubrí que era una práctica habitual en Cuba pero sobretodo en Trinidad. Se nos acercaron varias personas a mi hermana y a mi, pidiéndonos si por favor cuando nos marchásemos les podríamos dejar la ropa que no usásemos, el maquillaje, el perfume… Nos contaron la dificultad que tienen para conseguir ropa y sobretodo los precios, imposibles de pagar para un cubano. Me impactó bastante una mujer que se nos acercó para pedirnos si teníamos productos de higiene para dejarle como jabones, champú o lo que fuera, nos dijo. En ese momento no llevábamos nada pero al día siguiente le prometimos que volveríamos y así fue, le dejamos varias botellitas de champú y jabón, pintauñas y le preguntamos si tenía niños pues si nos habían avisado de que lleváramos bolis, colores, etc. Nos dijo que tenía dos uno de 6 y otro apenas de unos meses así que le dejamos a ella gran parte del material que llevábamos. No os imagináis la cara de alegría tanto al vernos llegar como al tener todo entre sus manos. Que alegría y que tristeza a la vez! Esa noche decidimos cenar en el Restaurante de la Casa de la Música donde es posible disfrutar de orquestas en directo durante la velada. Me encantó aquella noche, al estar al aire libre hacía una temperatura increíble, la comida genial y había un gran ambiente gracias a las 2 orquestas que tocaron en directo. El punto feo lo puso la cuenta, que intentaron timarnos (como nos comentaron que pasaría) puesto que nos pusieron varias consumiciones que no eran nuestras. Tras comentarlo con otros viajeros nos explicaron que es una práctica “común” en ciertos restaurantes para extranjeros donde poca gente se detiene a leer la cuenta. Por tanto, CONSEJO: revisar las cuentas tanto de restaurantes como de hoteles y cafeterías!!!
Por último y no menos importante el tercer día, tras volver de Playa Ancón lo dedicamos a conocer otras zonas de Trinidad más desconocidas. La primera parada fue el Museo Nacional de la Lucha contra Bandidos. Este museo se encuentra en uno de los edificios más representativos de la ciudad: el campanario del antiguo convento de San Francisco de Asís. Cuenta con fotografías, mapas y otros objetos de grupos contrarevolucionarios que actuaron en la sierra del Escambray en los años 60, así como con el fuselaje de un avión espía U2 estadounidense que fue derribado. Sin embargo, si el museo resulta interesante más lo son aún las vistas desde lo alto de la torre. Es increíble ver toda Trinidad de un solo vistazo. Estaba atardeciendo y recuerdo las imágenes como unas de las mejores del viaje.
Este día decidimos cenar en un sitio especial, pues era nuestra última noche en Trinidad y había que despedirla a lo grande. En numerosas guías y blogs hablaban de un restaurante: Sol y Son, situado en el 283 de la Calle Desengaño. Se trata de un restaurante más caro que el resto, pero aun así bastante asequible. El restaurante a simple vista parece un museo, pues simula una casa colonial con sus muebles, sus paredes empapeladas, sus vajillas.... Aunque en realidad no es una simulación, verdaderamente lo es! El restaurante en sí está en el patio de la antigua casa, rodeado de vegetación y con música en directo.
Es perfecto para esas noches calurosas pues es como estar cenando a la luz de las estrellas. Los menús son bastante variados y la comida muy rica, sobretodo en cuanto a los pescados se refiere. Además no dejéis de probar los postres, os encantarán!
Es perfecto para esas noches calurosas pues es como estar cenando a la luz de las estrellas. Los menús son bastante variados y la comida muy rica, sobretodo en cuanto a los pescados se refiere. Además no dejéis de probar los postres, os encantarán!